Transitando por caminos, avenidas y pueblos sentimos el choque en nuestro rostro de pequeñas partículas que entran por oídos y poros, las mismas traen alegrías, tristezas, odios, esperanzas y toda una serie de sentimientos que se desprenden y vuelan buscando un lugar donde posarse a desahogarse, vienen de muchos semejantes a mi ávidos de comprensión, con los deseos reprimidos sin orientación para expresarlos fielmente. Los pasos de estos transeúntes son muy variados, se sienten como tropiezan continuamente algunos porque les falta animo o motivación, otros golpean el pavimento con furia buscando aniquilar a sus vecinos, muchos son imperceptibles porque le huyen a las miradas que producen escozor en ellos, se nota como algunos van con pasos melodiosos y educados que impactan a toda la naturaleza la cual sonríe con alegría y hay un grupo que se queda agazapado espiando el accionar de los demás para buscar enfrentamientos. Todos los pasos son diferentes y al caminar reflejan su angustia mental y corporal, produciéndose corrientes eléctricas que alumbran los días y noches, tormentosos unos apacibles otros, esta formalidad depende de la angustia y la necesidad de cada paso, hay pasos que no pueden ocultar su rostro, otros lo muestran sin recato, la gran mayoría por timidez quieren llegar a sus casas para desbocar sus pasiones en la habitación del aseo personal.
Siempre mirando a través de la ventana se pueden ver los pasos cómicos, los pasos con coronas de reyes, los que pierden el control y no encuentran ni la derecha ni la izquierda, los pasos siniestros que solo emiten quejidos, los pasos que corren y tropiezan, se ven a veces los pasos borrachos o drogados que hacen malabarismos en el espacio más son vencidos por el vacío, los que meten zancadillas a los otros, hay días en que vienen en estampida, iniciando peleas que muchas veces terminan en la desaparición total de unos, el encierro o la enfermedad y los pasos que se devuelven y recomienzan hasta salir del laberinto de la ventana.
Ahora me adose a la puerta, pegue mis oídos, tanto el derecho como el izquierdo, también la nariz y percibí, escuche, compuse, describí y logre entender el misterio de los nombres, algunos eran cantados, otros vociferados, algunos expresados lentamente para que los entendieran mas no había forma y quedaban en el ambiente sin poder entrar en algún oído o nariz, muchos se saludaban como hermanos porque en la confusión de sonidos eran iguales y los cerebros no sabían distinguir a sus dueños, a veces sus letras no tenían consonancia y se quedaban en los labios. Llego el atardecer oscuro y hubo un descanso de pocas horas entre tanta confusión, hasta el día que venía después donde seguiría el acertijo de las ventanas y puertas.
Termino el descanso y voy a la puerta trasera, pero cuando casi llego un reflejo de luz cubre el pasillo se oscurece y vuelve la luz pero ya no es el mismo lugar, me veo en un espejo cercano y me asombro ya que soy un viejo con figura de niño creo que cuatro o cinco años, mi emoción crece porque es la casa de mi niñez, veo a mi madre y sus hermanas todas jóvenes, esto me hace correr a la cocina donde se ve abundante comida, agarro un pedazo de torta sin permiso y recibo un correazo en la mano, pero puedo agarrar la torta y salgo al patio a disfrutar de esa merienda, oigo a mi madre invocar a todos los santos y pedirle para que me porte bien, me atraganto de la risa y por la torta, vuelvo a entrar a la cocina y tomo chocolate, lo que produce una extensa sonrisa en mi madre, yo corro la abrazo, le doy un beso y salgo otra vez al patio, pero para mi asombro soy adulto otra vez, la nostalgia se apodera de mí y cambia mi rostro, en ese momento escucho voces que me gritan todo va a cambiar, seremos como antes, volveremos a ser felices, quiero creerlo pero tengo mis dudas y digo como santo Tomas "Hay que ver para creer" un vecino me dice si Miguel hay que ver para creer. Yo le agregaría "Hay que ver, sentir, disfrutar, dar y recibir, para poder ver los resultados y así creer".
Miguel Correa.

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