Muchas horas ha pasado Juan sentado en un banco de la plaza, viendo pasar tantas almas, unas aparentemente buenas, otras con mala intención, con sus ropas sucias y los dedos grasientos, sus gritos son susurros a los oídos ajenos. Él ve cómo sus espermas, babas y sudores corren por los albañales y sus amores por la alcantarilla; él cabalga hacia un infinito desconocido, un horizonte sin fronteras; ve que todo se hace cada día más pesado y tiene que soportar esa carga; hace castillos de arena pero todos se caen, trata de sacar el frió de sus huesos con el inclemente sol, de hacer un gran lago con sus lágrimas, pero la sociedad no lo permite.
Juan se frustró, dejó los estudios, descubrió nuevos y fabulosos placeres, chicas complacientes, drogas de todo tipo, gente con todas las desviaciones sexuales que pueden existir, delincuentes, policías corruptos, políticos homosexuales, la flor y nata del nuevo mundo.
Juan prueba la marihuana y el LSD y descubre un mundo diferente, se siente como un gran sol que todo lo ilumina; de su mente salen bolas de fuego y estrellas de colores, se toca la piel y siente su alma, por sus venas no corre sangre sino una linda melodía que lo eleva hacia un gran éxtasis, camina sobre las olas y ve pasar muchas aves que lo saludan a su paso, cree haber encontrado la puerta hacia la tierra prometida de Moisés. La abre y ve que todo es bondad y amor, que los animales salvajes lo besan y abrazan, que todas las personas son iguales en amistad y amor, que hasta los niños se sientan en la gran mesa a compartir, que todos los credos y razas se funden en una sola, que los árboles dan frutos frescos y jugosos, que no hay cadenas que te aprisionen, pero Juan cae al suelo en un profundo sueño, del cual despierta y ve que se encuentra otra vez en el infierno.
Miguel Correa.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares