Está bien que digas que eres un
lucero voluptuoso, faro onírico de belleza y candor; lo que no debes decir, es
que yo nunca abro para ti el humilde santuario de mis sueños.
¿Por qué mientes orquídea hierática?
si siempre me extiendo hacia ti con las alas incendiadas por las flamas de la
esperanza; mientras tu envuelta en un cumulo de universos subterráneos, bañas
tus glaucos ojos en una escarcha argentada; para nunca lograr verme, estoy en
silencio como fiel fantasmagoría a tu hermosura; mientras tú te desprendes de
los tentáculos del siglo y en el ocaso de mis versos, ahogas tu fuego en un
holocausto multicolor de belleza.
Cuando te conocí, eras una falena
solitaria; tu hogar eran las redes de tu imaginación, tu nombre la armonía
entristecida de una rosa noctambula; tu voz acariciaba las nubes; tus ojos eran
diamantes azules que opacaban todas las tristezas; tu fe la fragancia mortecina
de mi último sueño.
Al verte entristecida te
tome dulcemente entre mis manos, sumergido en la languidez de tus lágrimas de
caleidoscopio, mustia dimensión donde se extinguía tu juventud, irradiada de un
gris estigma que florecía en tu alma, cual magnolia sangrienta; tiernamente
bese los parajes de tu angustia y al acariciar tu melancolía, esfume de tu vida
el bosquejo de un silencio, que se tornaba infinito.
Y al renacerte al mundo ahogue en tus labios
mi propia épica, desnudando mi alma en el paraíso fantástico de tus caricias;
hemisferio enigmático donde el sortilegio de tu magia acude primaveral y
fresco, donde los episodios de mi mente quedan alucinados con tu aroma de
sirena del desierto.
Al conocerte más, me di cuenta que vivías
dentro de mi poema, cuando una noche me dijiste que cerraste el infierno en un
lánguido suspiro; y de tus senos turbulentos emergió la historia con sus
marionetas sangrientas, lanzando hacia el limbo de las conciencias, el símbolo
de tantas cruces; sonriente comenzaste a danzar en un ígneo torbellino,
mientras de tus labios de grana, saltaban las máscaras de todas las deidades,
que esparcidas en estiércol se hundieron para siempre ante los fanáticos ojos
de una humanidad en quiebra.
Contoneándote ferozmente
cual sierpe mitológica llenaste de anatemas la fantasmagórica santidad de los
ascetas, quienes ávidos de carne, alimentan sus espíritus con la hostia de los
mitos; sin haber olvidado en la oscuridad de sus vidas, que su gran dios ha
muerto, sin ellos haber nacido nunca a la diáfana luz de la realidad.
Me sentí extraño
escuchándote hablar de amor, tú la fogosa crisálida hija de Eros, cultivando tu
bello rostro en el lánguido aro de una nostalgia purpura. Fue entonces cuando
me dijiste que amar es desintegrar lo incoloro del mundo en la mística fuente
de los besos; en ese momento se abrió para mi otro pétalo de tu ser y te
imagine lejana hilvanando cándidamente el romántico satén de tus ilusiones;
rodeada de nenúfares de ensueño, los cuales se extendían a tus pies cual
oriflamas del Edén; rindiéndole así, un tributo apoteósico a tu belleza
sagrada.
Radiante entre un suspiro
lunar continuaste sumergiendo tu rostro en el cáliz infinito de las fabulas;
mientras tus labios escarlatas dibujan en mis sienes un último símbolo de amor.
Como aras tu reflejo en
el océano turbulento de mi imaginación, mientras contemplas tu majestuosidad,
un cumulo de algas doradas se posan en tu cabellera cual diadema del olimpo;
detrás de tu mirada unos corimbos de crustáceos contemplan embelesados, la
euritmia de tu desnudez, ofrendando a tus encantos las misteriosas gemas de sus
reinos, sonríes; ilumina tu rostro la aurora de la eternidad y en el cataclismo
de la época me aferro a tu cuerpo buscando embriagarme en las alucinaciones de
tu ensoñación.
La noche se asfixia en
su orgullo emanando del silencio la muda voz de algún recuerdo. Hoy te sientes
llena de vacíos, temiendo convertirte en la abstracta, monarca de la oscuridad.
Los planetas del olimpo unidos en un clamor de purpuras letanías desfloran tu
belleza para sentir los instantes de tus pasos al nacer.
Tienes ganas de gritar
contra la satánica tiranía de la noche y así destruir de tu alma, ese mundo
tenebroso y gris, mas temes morir en ese grito libertario y así cual caracol mortecino
encierras en la concha de tu silencio el ultimo verso redentor; ahora te
ocultas en tus pestañas y al morar en torno a tus lágrimas, ahogas en el poso
de la nada, la sinfonía iridiscente de tu corazón; la metamorfosis acude en tu
auxilio y ahora eres una luciérnaga fantástica que estremece sus alas en una
infernal danza llenando el universo de un sortilegio voluptuoso y escarlata.
Hoy retornas de una
galaxia ensoñada y misteriosa, llegaste en el zafiro de mi evocación, besando
la extraña flora que dormita en mi pálida tristeza. Mi melancolía queda
atrapada en los cristales de tus ojos esperando el momento de unirse a tus lágrimas.
Parada en mis estrofas
sostienes fervorosamente el himno incompleto de paz; nada dices y sin embargo
el verso de tus ojos, acaricia mi rostro. Que hermosa estas vistiendo tus
principios con las exóticas plumas de tropicales aves novedosas. Impregnas en
embrujo tu pecho, mientras yo renazco en la tierra y empalago mi vida de una
cruel verdad.
Has regresado convertida
en un clavel turquesa y entre la melopea de tu mirada, me dices que es tiempo
de amar, en tu mano derecha se abre una grieta, la inexistencia cobra vida al
morir el pasado en el volcán del futuro. El presente queda desnudo en las
llamas de tu juventud y el pasado se convierte en una quimera de solsticios
siderales.
Mis garras se vuelcan
sobre tu cintura con el famélico deseo del placer, en un nido de buitres, la
gente bendice la gloria de su estiércol y las procesiones histéricas continúan
como el estandarte fallecido de una religión de paranoicas banderas; al
observarte mejor me doy cuenta que eres un espectro otoñal que constantemente
me va sumiendo en su muerte, para volver a nacer en los senos de otra aurora.
Estoy esparcido en el
movimiento amazónico de un sonido multiforme, presintiendo que la armonía de tu
alma escapa de mis labios, para no volver jamás; la música ha cesado y los
acordes mueren tristes, ante la indiferencia del trópico transparente y frágil;
vuelves en un oasis paradisíaco de éxtasis, derrumbando con tu amor las
murallas de mi angustia, me has hecho feliz y cuando casi alcanzamos el Edén,
te veo morir ahogada en mi llanto sin verso ni flor, devorada por la noche que
es tu verdugo sangriento, te quiero mas no puedo ayudarte pues soy tu sangre.
Tu final es mi comienzo y
mientras existan los versos, tu existirás en mi amada libertad. Miguel Correa.
Fusión intensa de un amor profundo, que quema y hace notar sus presencia infinita en los aposentos mentales de dos almas en calor.
ResponderEliminarDos almas que sin conocerse viven en un sueño el amor mas intenso.
EliminarMuy bello el poema, te felicito Miguel. Exito!
ResponderEliminarGracias Norma¡
EliminarUn poema maravilloso lleno de mucha pasión, como debe ser, no hay limites para una mente enamorada.
ResponderEliminarAsí es amiga Norma, los limites son autoimpuestos.
EliminarAmor, amor, amor¡ el motor que mueve e impulsa a ser excepcionales y únicos.
ResponderEliminarUn amor de pelicula.
ResponderEliminarSi es espectacular.
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