Inmortalidad. Las tablas de la ley han perdido su valor: se agrietaron y borraron. Las palabras allí escritas se las llevó el viento por un camino de mediocridad y confusión, quedaron enterradas bajo la suela de nuestros zapatos con gran estrépito de fanfarria y gritos de aduladores religiosos.

Ellas siempre nos han tratado de inculcar las reglas del odio y la venganza; la amistad y la sinceridad no forman parte de su escritura, ya que esta fue borrada al nacer; su contenido fue una quimera que pasó fugazmente por la mente de los tontos que sostienen el mundo sobre sus hombros. Sus cuatro costados son instrumentos de muerte en manos de nuestros gobernantes, que lo único que saben es destruir a sus semejantes.

Lo que yo sé lo aprendí en una cloaca llamada vida, que cada día se pudre más; ese saber es el único amigo verdadero, ya que está conmigo en lo bueno y en lo malo, es mi inmortalidad.

Mis semejantes son zamuros que esperan con impaciencia el fin del moribundo para devorarlo y copiar su personalidad. Los profetas fueron muertos por tanto hablar, suplantados por lo que llaman religión.

¿Cuántos caminos tengo que recorrer, qué es lo que tengo que pensar y hablar, cuál debe ser mi comida, qué tengo que oír, qué tengo que ver, qué debo aprender, cómo debo actuar y vestir para poder ser llamado Hombre y ser Inmortal? 

1968  Miguel Correa.