Todo especialista de algo cree tener el derecho debido a su gran cantidad de estudios sobre la materia, de saber todo sobre todo y sobre todos, sienten y presienten ser los artífices de los tres tramos: pasado, presente y futuro y también de la fantasía y la realidad; pero lo que no saben y como se desenvuelve es el complejo enjambre que te proporciona la naturaleza.

Vuela, vuela, vuela, con la libertad en tus alas, con la alegría por dominar al viento, con la pasión por descubrir los horizontes de tu destino, por el amor que se siente al conquistar las nuevas metas, con el orgasmo a punto de fluir por tener un nombre grabado en la piel del mundo y en la luna de tus ojos.

Todo el horror de los siglos pasados y presentes, en la larga y difícil historia del hombre, es inexistente para cada niño que nace y para cada joven que comienza a creer, cada esperanza de cada joven es nueva felizmente; porque el dolor no se sufre sino en carne propia, esa cándida esperanza, se va manchando, es cierto, deteriorando miserablemente, convirtiéndose las más de las veces en algo desechable e inútil, en un trapo sucio que finalmente se arroja con asco.

Pero lo admirable es que el hombre siga luchando a pesar de todo y que, desilusionado o triste, cansado o enfermo, siga trazando caminos, arando la tierra, luchando contra los elementos y hasta creando obras de belleza en medio de un mundo bárbaro y hostil.

Esto debería bastar para probarnos que el mundo tiene algún misterioso sentido y para convencernos de que, aunque mortales y perversos, los hombres podemos alcanzar de algún modo la grandeza y la eternidad, y que, si es cierto que satanás es el amo de la tierra, en alguna parte del cielo o en algún rincón de nuestro ser reside un espíritu divino que incesantemente lucha contra el, para levantarnos una y otra vez sobre el barro de nuestra desesperación. Miguel Correa.